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L'animal que fa riure.

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Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. Nos reímos de un sombrero, no porque el fieltro o la paja de que se compone motiven por sí mismos nuestra risa, sino por la forma que los hombres le dieron, por el capricho humano en que se moldeó. No me explico que un hecho tan importante, dentro de su sencillez, no haya lijado más la atención de los filósofos. Muchos han definido al hombre como «un animal que ríe».  Habrían podido definirle también como un animal que hace reír, porque si algún otro animal o cualquier cosa inanimada produce la risa, es siempre por su semejanza con el hombre, por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre. He de indicar ahora, como síntoma no menos notable, la insensibilidad que de ordinario acompaña a la risa. Dijérase que lo cómico sólo pued

Carta a Georges Bernanos (Simone Weil)

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Carta a Georges Bernanos [1] (¿1938?) Estimado señor: Por ridículo que resulte escribirle a un escritor que, dada la naturaleza de su profesión, siempre está inundado de cartas, no puedo evitar hacerlo después de leer   Los grandes cementerios bajo la luna.   No es la primera vez que un libro suyo me conmueve: el   Diario de un cura rural   es a mis ojos el más bello, al menos de los que he leído, y verdaderamente un gran libro. Sea como fuere, el hecho de que me hubieran gustado otros libros suyos no me daba motivos para importunarlo comunicándoselo por escrito. Pero algo distinto ocurre con el último: yo he tenido una experiencia que se corresponde con la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida aparentemente –solo aparentemente– con un espíritu por completo distinto. Aunque no soy católica –lo que voy a decir, dado que no lo soy, sonará sin duda presuntuoso para cualquier católico, pero no puedo expresarme de otra manera–, lo cierto es que jamás m

Es pot parlar de sort epistèmica?

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  Tradicionalmente el conocimiento ha de cumplir tres condiciones: ‌ Para saber algo, debemos creer en ello.  No puedo “saber” que la Tierra es redonda si estoy convencido de que es plana. ‌ Esta creencia debe ser cierta.  No puedo “saber” que la Tierra es plana. ‌ Mi creencia debe estar justificada.  No puedo “saber” que la Tierra es redonda si creo que es redonda porque un gigante la moldeó así con sus manos. ‌ Estas tres características, que proceden del  Teeteto  de Platón, se consideraban suficientes y necesarias. Hacen falta las tres y con solo estas tres ya tenemos conocimiento, una c reencia verdadera justificada. ‌ Lo que muestran los problemas de Gettier es que podemos creer algo que es cierto y que además esté justificado, pero aun así puede que no sea conocimiento, es decir, algo que de verdad sepamos.  Aunque a menudo se habla de suerte epistémica (suerte del conocimiento), hay que subrayar que no se trata solo de pura chiripa. Más ejemplos:  ‌ Voy con el coche y veo lo qu

El coneixement justificat és el coneixement més vertader? (Edmund Gettier)

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Durante estos días ha habido un montón de elucubraciones no solo sobre lo que iba a hacer Pedro Sánchez, sino también sobre lo que le pasaba por la cabeza: ¿era sincero? ¿Era todo una artimaña política? ¿Se quedará por el PSOE? ¿Se quedará porque no quiere soltar la silla? ¿Se querrá ir a alguna silla de la Unión Europea? ‌ Los que acertaron en que continuaría en el cargo pueden pensar que analizaron correctamente la situación. Y a lo mejor es verdad. Pero no necesariamente: ‌ A lo mejor tuvieron suerte y su creencia no estaba justificada por nada, aunque resultó ser correcta. ‌ O a lo mejor su creencia estaba justificada, resultó ser correcta y, aun así, tuvieron suerte. ‌ A veces creemos que sabemos algo, esa creencia está justificada y acertamos. Pero incluso así, puede ser que no tuviéramos ni idea. Y por eso hoy hablamos de los problemas de Gettier. Ejemplo: ‌ Supongamos que mi compañero Pablo y yo nos enteramos de que la directora quiere nombrar un subdirector nuevo y, en un exce

L'èxit de la tecnologia antropomorfa.

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La naturaleza humana ha inspirado el desarrollo tecnológico y ha sido a la vez su principal objetivo. Los ejemplos podrían alargar una lista interminable. Pero por lo general se ha asumido que el hombre tiene siempre que salvar la brecha aprendiendo a usar la tecnología: es preciso practicar el equilibrio sobre la bicicleta, el manejo de un embrague, adiestrarse con la cortadora de césped o incluso adecuar la postura a unas tijeras. Sin embargo, el éxito de la revolución de las TIC ha descansado en buena medida en su decidida apuesta por la convergencia antropomorfa. Porque si el ser humano destaca como especie es por su singular capacidad para percibir, procesar e intercambiar información. Y por ello, aquellas tecnologías dedicadas a la información han entendido como esencial que su éxito depende de su capacidad para aprender de los mecanismos humanos que la manejan y adaptarse a ellos lo más posible. Pues uno no tiene que aprender a ver, ni a tocar, ni a oler, ni a sentir, ni a gust

Quan Stanislav Petrov desafià els protocols.

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Hacía frío aquella madrugada de septiembre de 1983. Un oficial de la Unión Soviética estaba de guardia en un búnker, cerca de Moscú, supervisando el centro de mando de los satélites de alerta temprana que los rusos habían montado para anticiparse a cualquier movimiento de la OTAN. De pronto, un radar nuclear informó del lanzamiento de un misil balístico intercontinental lanzado desde una base en Estados Unidos. El protocolo militar era claro: trasmitir inmediatamente la advertencia a la cadena de mando que habría ordenado un contraataque nuclear inmediato contra los Estados Unidos, dentro de la doctrina de la destrucción mutua asegurada . Sin embargo, Stanislav Petrov sospechó que se trataba de una falsa alarma, intuyendo que una guerra nuclear no se desencadenaría con un solo misil. Decidió esperar a que se corroborase la evidencia, y de pronto los sistemas indicaron que otros cuatro misiles habían sido lanzados desde otras bases. A pesar de ello, mantuvo el pulso ante un evento singu

El gall dindi de Russell i Ia IA.

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Contaba el genial Bertrand Russell la parábola del pavo, aquella ave feliz que cada mañana se encontraba, de la mano de su amabilísima ama, un suculento cuenco de semillas y gusanos. Todos los días, diligentemente, se deslizaban aquellos manjares hasta su corral, haciendo creer al pobre animal que cada nuevo amanecer garantizaba su vida placentera. Hasta que llegaba el día de Navidad cuando, en lugar de aprovisionarle, su amabilísima ama lo apresaba del cuello, le retorcía el pescuezo, y desplumado lo metía al horno. Russell fue siempre conocido por emplear sencillas e iluminadoras metáforas para explicar argumentos en complejas y sesudas discusiones, en particular sobre filosofía de la ciencia. Así empleaba esta parábola para abordar el problema o la falacia de la inducción que ya Hume había identificado siglos atrás: el supuesto de que lo que ha pasado en el pasado continuará ocurriendo en el futuro. Bien saben los que juegan a la ruleta de la bolsa que las rentabilidades pasadas nun